En la megalópolis de la película Metrópolis, su director, Fritz Lang, dibujaba para el año 2026 una visión apocalíptica de la sociedad del futuro a través de ciudades divididas entre la mayor de las riquezas y los guetos industriales subterráneos. Con la prohibición de salir al mundo exterior, los habitantes del gueto son incitados por un robot y se rebelan contra la clase intelectual, amenazando con destruir la ciudad que se expande en la superficie.
Desde entonces, nuestra idea de las ciudades se ha transformado mucho: justo en el momento en el que las grandes urbes se enfrentan al mayor desafío de superpoblación de la historia, las ciudades se perfilan también como la solución para poder cohesionar todas las respuestas.
Acoger a una población que se multiplica de forma exponencial, reducir la contaminación, descarbonizar su industria, alejar las brechas de desigualdad y apostar por una movilidad y una energía limpia son algunos de estos grandes retos. Pero, ¿cómo hacerles frente desde las llamadas smart cities?
“Dar respuesta a la cuestión sobre si nuestras ciudades estarán preparadas es, sin lugar a dudas, la gran pregunta”, afirma el experto en ciudades inteligentes Enrique Ruz Bentué, autor del libro Ciudad inteligente, ciudad al fin y al cabo. “Estamos viviendo una etapa en la que el valor de las ciudades es importantísimo. Hemos vivido el valor de los imperios, de los países y ahora vivimos la gran revolución de las ciudades”.
Las cifras actuales de estos grandes problemas se multiplicarán de forma exponencial según nos acerquemos a los 10 000 millones de habitantes que se espera que habiten el mundo para mediados de siglo, el 70% en las grandes ciudades. “Hay una gran necesidad en el mundo de preparar a las ciudades para todo este cambio demográfico que estamos viviendo, tanto por el crecimiento como por la traslación de poblaciones del mundo rural al urbano”, declara el consultor español y experto en smart cities, Enrique Ruz Bentué. “Países como India o China directamente están creando, construyendo, ciudades nuevas, pero otros países necesitan adecuar sus ciudades”.
Al preguntar si estamos preparados a Alejandro Sánchez de Miguel, astrofísico experto en contaminación lumínica en las ciudades y líder del proyecto Cities at night, su respuesta es un no rotundo. “No existen políticas que midan realmente los impactos ambientales en muchos ámbitos de manera fiable”, explica. “Sin políticas basadas en la evidencia, sin medidas, todas las políticas se quedan solo en buenas intenciones en el mejor de los casos y en fraudes en el peor”.
La planificación de las ciudades huye hoy de las metrópolis deshumanizadas en las que la ciudad se concibió para ir en automóvil a través de grandes explanadas y manzanas divididas por zonas. Los urbanistas tratan de deshacer las ideas que desarrollaron en el siglo de la industrialización para volver a situar a las personas en el centro de las urbes.
“El trabajo de las ciudades es fundamental, es mucho más próximo a las personas”, sostiene Ruz Bentué. “Por eso, es mucho más realizable un proyecto de cambio climático que promueva un gobierno municipal que los acuerdos que se puedan hacer a nivel internacional en los grandes foros de debate que se producen en el mundo entero”.
El problema es complejo y su respuesta abarca una profundidad que influye, de manera transversal, en todos los pilares que sustentan nuestro día a día en las urbes, mucho más allá de las polémicas sobre contaminación, atascos o zonas libres de emisiones.
El diseño de las ciudades del futuro
El ecodiseño no es un invento de este siglo; uno de los pioneros fue el llamado Megaron de Sócrates, un gran salón de los palacios de la civilización micénica, que tenía forma trapezoidal para absorber la energía solar en invierno y mantener el confort en verano gracias al diseño de su fachada. Es innegable el gran peso que tiene el diseño de las ciudades en su huella ecológica, como lo es la dificultad de reestructurar las ciudades tras siglos de desarrollo.
El modelo de las llamadas ciudades extendidas tan típicas de Estados Unidos, sprawl city en inglés, hace que todo quede lejos en una ciudad infinita llena de manzanas de inmensas casas y jardines y, por tanto, hace insostenible cualquier sistema de transporte público. Este es uno de los grandes problemas de las ciudades actuales: se han configurado alrededor del uso del automóvil que, además de generar un gran conflicto por atascos en la gran ciudad, hace que se degrade el aire que respiramos.
“En España, cuando empezamos a trabajar con el proyecto de ciudades digitales, lo promovimos desde el gobierno, pero lo primero que hicimos fue identificar las ciudades donde queríamos volcar ese proyecto”, cuenta Ruz Bentué.
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Los urbanistas han abogado en los últimos años por dar mayor importancia a la inteligencia artificial y, a la par, mayor presencia a los peatones. Defienden que debemos entender las calles como una extensión de nuestras viviendas, para que podamos disfrutar del espacio público en vez de quedarnos encerrados en casa delegando este espacio a la movilidad de nuestros automóviles.
En relación al diseño de las ciudades entran en juego por tanto su habitabilidad, su huella ecológica y, también, volver a dar protagonismo a la naturaleza, raramente incluida en las grandes manzanas de adoquines y altos edificios del siglo pasado, según explica en sus redes Silvia Organista Sandoval, experta en desarrollo sostenible.
Cubrir la tierra de cemento ha tenido un gran impacto en el aumento de las temperaturas de las urbes. Volver a alfombrar de verde nuestros suelos no significa solo ver más naturaleza desde nuestras ventanas, sino también desterrar el efecto de isla de calor cada vez más notable en las ciudades del mundo entero.
Según Sánchez de Miguel, las medidas se centran tan solo en el uso de la inteligencia artificial, el internet de las cosas y la sostenibilidad. “Pero todo esto, es simplemente una moda, en muchos casos sin sentido. ¿De qué sirve tener una ciudad que puede regular la intensidad de cada punto de luz si el diseño de iluminación es tan malo que para cualquier nivel de iluminación los vecinos se sienten incómodos?
El factor humano, desde el punto de vista del diseño y científico es tan, o incluso muchas veces más, importante que la tecnología”, asegura. Una ciudad es altamente compleja y necesita que los diferentes departamentos trabajen juntos de manera interdisciplinar. “Ese es el verdadero reto para ser una smart city“.
La ciudad, catalizadora y víctima del cambio climático
Aunque el desarrollo sin límites de las grandes ciudades ha provocado muchas de las causas del cambio climático, también albergan algunos de los puntos más críticos de cara a sus consecuencias. Mientras la subida del río Ebro sigue amenazando todos los asentamientos colindantes y las inundaciones arrasan cada día más lugares de Europa, queda claro por qué el menor desequilibrio tiene una capacidad destructiva enorme en las grandes urbes.
Además de la gran cantidad de población que se ve afectada, por razones históricas y económicas, la mayoría de las ciudades más importantes del mundo se encuentra en desembocaduras de grandes ríos, sobre tierras fértiles o cerca del comercio marítimo, lo que las convierte en las zonas más vulnerables a la sequía, las lluvias torrenciales o la subida del nivel del mar.
“Para ser sostenible, uno no solo debe cumplir la ley, que en varios ámbitos se viola flagrantemente y constantemente, o mantener las mejores prácticas, sino que se debe garantizar que las diferentes políticas no degradan más el medioambiente y la calidad de vida de las personas”, explica Sánchez de Miguel. “La medida de cuán sostenible es una ciudad tiene que ver con los resultados”.
En algunos puntos del globo que ven aumentar el nivel del mar y en los países en desarrollo que ven sus metrópolis crecer a un ritmo vertiginoso, ya se están llevando a cabo proyectos como levantar parques que protejan las ciudades a modo de muro, o bien diseñar ciudades flotantes. Por ejemplo, la ciudad portuaria de Hamburgo cuenta ya con edificios cuyas plantas bajas se dejarán vacías para que sean anegadas en el futuro.
En cualquier caso y escojamos el reto que escojamos, la innovación tecnológica está en el centro de todas las miradas para lograr diseñar estas ciudades compatibles con la vida futura. Afrontar estos grandes retos va de la mano de un debate que llega a la agenda mediática cada poco tiempo en los últimos años: la globalización obliga a que las ciudades tengan autonomía para legislarse y autogestionarse como lo hacían ya las polis griegas, para así poder dar respuesta de manera individualizada a cada problema.
“Los datos y la tecnología por sí solas no hacen inteligentes a una ciudad”, enfatiza Sánchez de Miguel. “Para que una ciudad sea una smart city, tiene que ser inteligente, y la inteligencia hoy en día sigue residiendo en las personas“.
Aunque los desafíos que afrontan las ciudades de este siglo son innumerables y no pueden acotarse en un único artículo, los expertos coinciden en que el camino que debemos seguir colocará siempre en el centro de la ecuación a las personas. “Sin duda, la inteligencia de una ciudad, se desarrolle en el ámbito en el que se desarrolle, vendrá dirigida y determinada por el avance de las personas que están detrás de la tecnología”.