El aumento de la nafta y el gasoil quedó atado finamente a negociaciones para frenarlo o ubicarlo por debajo de la inflación, aunque con el añadido del arrastre de días con faltantes de combustible y colas en estaciones de servicio. Son imágenes que alimentan interrogantes y también algunas suspicacias sobre la falta de registro o previsión en la línea de funcionarios. Es difícil que algún experto en la materia califique como sorpresivo el cuadro que genera y a la vez enfrenta el Gobierno. Previsible, el impacto se extendió al terreno de campaña para el balotaje: alteró el foco político, que venía concentrado en la crisis de la oposición desde el domingo de la primera vuelta.
El oficialismo buscó mostrar reacción frente a las petroleras cuando ya quedaba en evidencia que los problemas en el aprovisionamiento de combustibles iban a superar un contratiempo de fin de semana. Resultó un problema más extendido en el tiempo, con impacto mediático especialmente en la Ciudad de Buenos Aires y el GBA, aunque más profundo y de solución menos sencilla en el interior.
Sergio Massa cargó de entrada sobre las petroleras, con una advertencia de compleja aplicación -el freno a las exportaciones del sector en caso de que no se normalice el suministro- y después, agregó el componente del rechazo a una movida que, dijo, apuntaba a precipitar aumentos de precios de entre el 20 y el 40 por ciento. Se expuso como una batalla contra el grupo de empresas petroleras, a pesar de que incluye a YPF, con mayoría del Estado y amplio dominio del mercado interno.
Hubo también una pincelada para Javier Milei, en sintonía con el tramo de campaña previo a la primera vuelta. Massa sostuvo el mismo esquema utilizado en el caso del precio de los viajes en colectivos y trenes. Se agitó entonces la idea una escalada de precios en caso de un triunfo del candidato libertario. Ahora se habló de un litro de nafta a 800 pesos.
En la otra vereda, rechazaron la “campaña del miedo” pero no se produjo una reacción de fondo, a pesar de que se trata de un problema grave. El terremoto en JxC por el trato que Mauricio Macri y Patricia Bullrich sellaron con Milei sigue generando réplicas. El último capítulo estuvo a cargo del ex presidente y el radical Gerardo Morales, con quiebre de relaciones políticas y personales más extendidas.
Hubo fuerte exposición mediática y acusaciones cruzadas sobre apuestas abiertas o implícitas a mano de Massa o Milei. Desde el macrismo duro sugieren que de ahora en más, estarán concentrados en la campaña. Y en medios de la UCR, se extiende la idea de bajar la intensidad hasta después del domingo 19. No hay dudas en un punto: entonces será jugada la batalla final. Tendrá reflejo directo en el Congreso y será un desafío para el núcleo de gobernadores.
Con ese cortinado de fondo armado por la oposición, el oficialismo se sentía en un escenario casi ideal, porque además de exponer al competidor corría el foco de la economía. Al revés, los problemas en el suministro de combustibles sacudieron el tablero. Una cuestión que es delicada en sentido estructural y que de golpe, al menos en la mirada de algunos funcionarios, tenía repercusión en la vida diaria.
El malestar del ministro y candidato no fue menor. Por supuesto, el tema combina elementos de coyuntura y desafíos serios que superan el balotaje. Y al mismo tiempo, el alerta tuvo que ver con la falta de reacción previa, salvo que se atiendan hipótesis conspirativas o jugadas de alto riesgo. Quienes conocen el tema y también integrantes del Gobierno sabían que se transitaba un camino estrecho. El interrogante y las suspicacias tienen que ver con el desborde. ¿Responsabilidad exclusiva del área directa o mal manejo de otros funcionarios de Economía que agravaron el cuadro?
Circulan entonces, en medios políticos y también empresariales, distintas evaluaciones, que involucran a la secretaría de Energía, a cargo de Flavia Royón, y sobre todo al subsecretario de Hidrocarburos, Federico Bernal, pero también al secretario de Comercio, Matías Tombolini. El punto serían sus propias evaluaciones, no en base a las consideraciones de la línea sino de los funcionarios políticos, sobre los problemas de suministro que venían de arrastre, las distorsiones de mercado y las limitaciones del dólar.
La descripción del cuadro muestra alguna coincidencia entre la evaluación de funcionarios, empresas -incluida YPF- y críticos de las políticas oficiales. Un experto en la materia lo resume así: “Todos conocían el riesgo de la propia coyuntura. Los problemas estacionales vinculados con la doble demanda del sector agrícola, la parada técnica de la refinería de La Plata (YPF) y los problemas para garantizar dólares para la importación, sin margen de tiempo y antes de que los barcos ingresen a puerto”.
La situación expone desajustes más profundos, entre los que se destaca la relación entre precios internos y precios internacionales. Y a la vista de todos, el vuelco de demanda en estaciones de servicio, con presión mayor sobre el gasoil, por la considerable diferencia que provocó la decisión de amortiguar precios en el surtidor, en pleno proceso electoral, bastante por debajo del “mayorista”, según puntualizan las mismas fuentes.
Las conversaciones previas a los días de colas para cargar combustible dejaron al menos un par de datos que anticipaban el cuadro. Uno, tiene que ver con las conversaciones de Comercio y representantes de las petroleras, con final alejado de entendimientos. Otro, las señales desde YPF, que al igual que la subsecretaría referida tienen vínculo directo con el kirchnerismo.
Para Massa, fuera de estas tensiones camino al balotaje, las chances electorales lo ponen frente a un cuadro complejo además de sensible. Se cruzan en este caso limitaciones para el manejo del dólar, precios locales y externos, y cargas impositivas. Nada que pueda inducir a sorpresas. De eso se trata también el alerta de estas horas.